Cuando era muy chiquita, todas las mañanas solía esconderle
las llaves del auto a mi papa para que no se vaya a trabajar. Las colgaba de la
planta de mandarinas o de higo, otras veces las metía adentro de frasco, que
metía dentro de tazas y estas a su vez adentro de muebles. Arduos minutos
duraba la casa alborotada porque yo no largaba lengua, todos buscando y
gritando, hasta que yo les decía, solo si no me olvidaba. Ahora de grande el
ciclo de la vida me devuelve los juegos. Te toca a ti, entonces para que no te
vayas escondo al tiempo en un frasco dentro de otro frasco, que lo vuelvo a
esconder, y hasta lo cuelgo de mis extremidades más largas y oscuras. Pero no
hay caso che, se ve que perdí la maña. Tu siempre lo encuentras y así cansado y
todo, te vas a trabajar, te hechas a dormir, o con él te pones a hacer
malabares…
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